El lunes pasado, víspera del día de las madres y cumpleaños de mi psiquiatra de cabecera, uno de mis jefes nos contrató como asistontos documentalistas durante el homecoming de la gira mundial Todos Vuelven de Rubén Blades. Las cosas que uno hace por un backstage pass. También iba a estar presente Calle 13, aparentemente, pero el atractivo principal (porque soy un cochambroso) era ver de cerca el Figali, esperpento cumbre del Amador panameño de este siglo.
Entramos pasando bajo una pareja de esculturas evidentemente colombianas, desnudos de muy buen gusto, con abdominales ciclópeos y burdas facciones que contrastan (como siempre) con la atención que la mano del escultor puso al modelado de las respectivas partes pudendas. No hay necesidad de braguetas entreabiertas esta vez: éste es arte dirigido a un público de criterio formado.
Detrás de la plaza está lo que creo que va a ser pronto, muy pronto, un hotel de cinco estrellas. Claro que con el cambio a dólares esto equivale a menos dos estrellas, aproximadamente. Al igual que el resto del Figali Convention Center, este es un edificio que se va arruinando a la misma velocidad con que se lo construye; pero eso no importa, porque plata hay. El color, melocotón desteñido; el estilo, indeterminado pero abundante en molduras; la escala, monumental (por supuesto), basada en una modulación que amenaza extenderse ad infinitum.
Para el espectáculo, la plaza estaba segregada en cuatro o cinco castas, todas excepto una con nombres muy rimbombantes: triple platino, very very VIP, oro, preferencial, clase ejecutiva. Atrás, al horizonte, los toldos de venta de hamburguesas de pollo señalaban el gueto del público general. Lastimosamente, pronto anocheció y nos encasquetaron nuestras docenas de libras de equipo filmográfico. El show empezó tarde, naturalmente, porque había que esperar que la oligarquía se sentara en sus mesas (porque había mesas) y pidiera sus tragos (porque había tragos), y porque había que esperar que los roadies taparan con gaffer tape las etiquetas de las botellas de agua San Pellegrino.
Rubén estuvo, debo admitir, excepcional. Puede ser que el peso de la cámara me tuviera zonzo, pero me divertí como un enano. Mi única queja es que no cantó juan albañil (porque es él el que canta juan albañil, ¿no?). Dos horas y media y un encore y medio después, y después de devolver las cámaras, empezó la fase dos: esperar a Calle 13. Esa espera duró hora y media, pero fue una hora y media bien animada, con duelos entre equipos de roadies, avistamientos de residentes y PG-13s, y un setlist de lo más prometedor.
Lastimosamente, estábamos destinados a quedarnos con las ganas. Superada la mala sangre entre los equipos de montaje y desmontaje, y una vez liberado el escenario de zánganos y manzanillos, el concierto empezó bien, pero pronto se hizo evidente que todos los que habían pagado boletos de $350 estaban ahí para cantar Pedro Navaja y no Hormiga Brava. Abundaba el burgués cansado, bebido y confundido con esta gente preguntándoles si estaban vivos o no. Algunos se volvieron a levantar cuando Rubencito salió a rapear en La Perla, pero fue por el gusto.
El daño ya estaba hecho. Residente se bajó del escenario y se fue a la tierra de las hamburguesas de pollo, supongo que a ver si allá el público sí reaccionaba, y se pasó el resto del set instándolos a que se saltaran las vallas y se acercaran. Claro que para cuando la seguridad dejó que esto pasara ya estaban a medio cerrar con Atrévete te te. Se bajaron y no volvieron para ningún encore. Estos capaz que ya no regresan. Muchas gracias, Show Pro.
Exhaustos y fracasados, emprendimos el regreso. Orgullosamente anuncio que ya se me está pasando el dolor de espalda, y estoy recuperando el movimiento de mi pobre pulgar derecho. Final feliz.