Shop. Drop. Repeat.

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¿Cuál es la mejor manera de invertir un sábado post-décimo? Pues uno golpea ebay (y deja que ebay lo golpee a uno) y luego revisa facebook a ver si se entera uno de alguna venta masiva de Adidas en algún centro de convenciones subutilizado de la localidad. Pero lo más divertido es cuando en la puerta te dicen que no puedes entrar con tus cabezas de perro y te toca pasar las siguientes dos horas caminando descalzo entre filas interminables de ropa. Fue divertidísimo, a pesar de la música malaza y que las sudaderas anaranjadas y las zapatillas doradas se habían acabado el viernes. Qué dolor encontrar tu firebird track top a 27 palos. En múltiples ocasiones me encontré lamentando no poder encontrar un uso para tal o cual chaqueta, lindísima y baratísima pero injustificable. Finalmente terminé comprándome un par de camisetas bastante normalotas (porque estoy proactivamente luchando contra mi debilidad por la ropa de payaso.)

Luego, y a pesar de las recomendaciones de Ana María, ahí fuimos a la feria del libro (con un receso de cuatro horas para dictar mi clase sabatina de postgrado en diseño creativo). Craso error. Para empezar ya estaba prejuiciado por el divertidísimo artículo de opinión del Sr. Pedrito Altamiranda (que aparentemente es inteligente y locuaz, en violenta contraposición a mis prejuicios). Qué alegría encontrar un colega naysayer y perderse en sus argumentos negativos. Pero la carne es débil y cuando acordé estaba en la fila. Realmente que la feria del libro es un sitio para verdaderos amantes de los libros, pero no porque es un deleite para bibliófilos sino porque uno la pasa tan mal que sólo los realmente enamorados del leer se aguantan tal trago. El gentío y la calor, los Harry Potters y Twilights, los libros de cocina y los códigos penales. ¿Y cuántas librerías católicas hay en este país? (Entiendo cómo el Sr. Altamiranda prefirió dejar por fuera ese aspecto, pero como esto no lo lee nadie, no importa). Y cuánto libro para pelaíto. Eso era como un centro de adoctrinamiento no muy eficiente donde una generación de analfabetas sobrecompensa y se limpia con la siguiente generación. «No se preocupen, vamos a poner a estos niños a leer hasta que les salgan callos en los ojos.» El mejor letrero de todos: «¡Publique su libro aquí!». Lo que aprendí al visitar el pabellón infantil (además de recordar que a los niños hay que hablarles alto y cantandito) es que la primera dama ahora tiene logo (con manos abiertas abrazando gentes), y que la dirección municipal de aseo también (verde y con las tres flechas del reciclaje… tal vez había un sol o algo?). Aquí todo se vuelve borroso. Capaz que regreso mañana.

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