Vórtice 18 en La Casona
Hay cosas con que uno siempre puede contar en un Vórtice: cinco dólares la entrada, cuatro a seis meses entre fiesta y fiesta, sitio diferente al evento anterior, música decente (con un Abarajame la bañera obligatorio), pies adoloridos al día siguiente. Pero en su décimo octava edición esta fiesta itinerante conmemoró su entrada al mundo de los mayores de edad (y justo a tiempo para las elecciones) no con dieciocho shots de tequila, sino cambiando dramáticamente su modus operandi. La usual tarima para DJs tenía esta vez un segundo piso con tres macbooks de aluminio, sitial reservado para una banda invitada: el Dúo Mattellica, que son como dos Girl Talks costarricenses. Como Girl Talk, pinchan, pican y pegan de todo (baladas pop venezolanas, Sonic Youth del ’94, M.I.A. del ’05) en un todo vale al mismo tiempo irreverente, divertidísimo y agotador; pero al contrario de Girl Talk (y afortunadamente), suenan mucho mejor en vivo que en mp3. El resultado: horas de proverbial bailoteo feroz y una concurrencia eternamente agradecida a nuestros hermanos centroamericanos. Uno sabe que la fiesta quedó buena cuando llega a la casa a las cinco, y este fue sin dudas el mejor vórtice en mucho tiempo. Pero el siguiente va a ser mucho mejor, no?

El Papo Vecino en el Teatro Guild
¿Qué es El Papo Vecino? El Papo Vecino es la mejor banda de Panamá. Punto.
Después de años de groupiesmo y de verlos en la vieja Casona, El Pavo Real, Seis y en los estacionamientos del Teatro Nacional, finalmente pude verlos sentado. También fue la primera vez que pude entender la letra de las canciones, gracias a las mejores condiciones acústicas del vetusto Teatro Guild en Ancón. El Papo Vecino toca música Panameña, inspirada en fuentes de aquí y de allá y sin ninguna vergüenza de explotar estas referencias. La más evidente de todas es, por supuesto, Stereolab, no que esto tenga nada de malo. Cada país necesita su propio Stereolab, y mucho más ahora que los Señores Gane, Sadier et al. están de sabática. Pero no todo es piezas con movimientos diferentes, la-la-las y moogs: El Papo Vecino adora los solos de guitarra tipo arena rock, las panderetas, la música de vaqueros, y Narraciones Panameñas. La audiencia es siempre bourguesobohemia y artistosa, bien leída y bien viajada; el tipo de gente con que da gusto esperar a que abran la puerta. Sí, soy un snob, y a mucha honra.
La mayor ventaja de tocar en un teatro, además de la acústica favorable, es contar con un medio íntimo y bien cuidado. El Papo Vecino se benefició de estas condiciones, y esta noche estuvieron mejores que nunca. Chale Icaza, baterista y MC de facto del evento incluso dijo que estaba disfrutando el toque, a diferencia de los toques normales. Y esto a pesar de que ignoró la indicación de quitarse la camisa hecha por el hipno-papo proyectado a sus espaldas.
Esto no fue un simple toque, fue un performance (con perdón de estirar la metáfora art rock). El diseño de producción fue impecable y hecho con cariño, rebosante de detalles de esos en donde está dios. El escenario coronado con un chandelier op art de lentejuelas Casabella 1970, fungiendo de bola disco deconstruida; como fondo una diapositiva de panorama alpino cual papel de pared de casa en La Locería. El escenario se iluminaba principalmente con proyecciones coordinadas por canción que iban desde Frederick Wiseman hasta Gasparín, con cameos de Naruto y Meteoro. Todo esto se apreció mejor cuando para el segundo set nos mudamos a primera fila. Sí, somos groupies, y a mucha honra.
Pero la música, la música. Hubo buco estreno, buca canción conocida, un par de ellas con arreglos nuevos o quiebres inesperados. Sobresalieron los favoritos Montaña rusa, y esa pieza que tanto gusta y ahora sabemos que se llama Colapso, pero también hubo algunos momentos como para ir al baño. Barco tendría que ser o más larga o dramáticamente más corta, y esa otra canción que conozco pero no sé como se llama podría perder el desafortunado segmento Tortoise que la introduce. Hizo falta una pieza que parece haberse quedado en el tintero, pero que haría excelente material lado B o bonus track secreto al final del cd: el cover de Murió la flor, de los Ángeles Negros. Estoy a punto de organizar un grupo petición de facebook para solicitar su rescate.
Finalmente, y después de dos horas y pico en dos sets y receso, el evento cerró con broche de oro con una referencia culturosa final como encore: La aventura (que prefiero imaginar que se escribe “L’avventura”), una versión rockera del tema de la película de Antonioni.
Los tiempos difíciles siempre parecen producir la mejor música, igual que los artistas son mejores entre más consternados están. El que quiera conocer a Panamá que venga, porque se acaba. Pero qué final tan productivo estamos teniendo. Agonicemos, jóvenes.