Aprovechando una reciente visita a San José, Costa Rica, y bajo el auspicio de Fiorella Resenterra, directora del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, tuvimos la oportunidad de ir en busca de ejemplos ticos de aquella Arquitectura Feoclásica que tanto admiramos en Panamá. Procedemos aquí a presentar los interesantes resultados de esa productiva expedición. Por mucho que lo neguemos, entre centroamericanos nos parecemos mucho, y compartimos ideales, aspiraciones y limitaciones. Aún así, tenemos nuestras pequeñas diferencias, y en estas diferencias es que está la sazón de la vida. Damas y caballeros, les presentamos la Arquitectura Poladiana Costarricense.
Empezamos explicando este nuevo neologismo. Poladianismo es otro portmanteu, una palabra compuesta que combina el adjetivo coloquial tico polo/pola —que significa tacky, hortera— y el estilo inspirado por el trabajo del arquitecto veneciano Andrea Palladio. Palladio fue la principal inspiración de la arquitectura de las grandes casas de plantación del Sur estadounidense del antebellum, que es la más presente y tangible referencia de casi todas las obras ticas, y lo que más las diferencia de los ejemplos panameños. De este lado de Paso Canoas el ideal no es el Partenón sino Lo que el viento se llevó.
Nuestro recorrido inició en el barrio Escalante, con una residencia y la primera de múltiples oficinas de abogados, ambas con pórticos de plantación con columnas cuasidóricas (sin éntasis, por supuesto), paredes blancas y techo y contraventanas verde pino.
En Los Yoses encontramos más ejemplos, incluyendo otro bufete de abogados de paredes enladrilladas y con columnas pintadas de rosado, casi como para añadir insult to injury.
Al fondo de una calle muy normal, obligada a fungir cual avenida versallesca, se levanta un ejemplo excepcional: todo un château que en vez de referenciar a La Luisiana, mira directamente a Luis XIV, el Rey Sol. Muros rusticados y marmolizados color melocotón con cornisas y adarajas, frontón dórico con triglifos, guttae y metopas, escalinata doble perfectamente simétrica, herrería dorada con fleurs-de-lis y ramas de laurel. Your move, Chú Díaz.
Un desvío a Zapote produjo ejemplos más artesanales. Evidentemente, y como la Arquitectura Feoclásica Panameña, además del Alto Poladianismo existe un Poladianismo popular.
Lamentablemente no alcanzamos a subir al Grand Tara Hotel Spa and Casino Escazú, cuyas columnas corintias aparentemente sí tienen éntasis. Por si no captan la referencia, el hotel se llama Tara así como la plantación de Lo que el viento se llevó. Ya sé adónde me voy a quedar la próxima vez que visite Costa Rica.
Finalmente visitamos el barrio Rohrmoser, adonde hay otro montón de pequeñas plantaciones dedicadas a usos residenciales e institucionales, casi todas también pintadas de blanco con techos y contraventanas verde pino.
Particularmente interesantes fueron los ejemplos cercanos al parque República del Perú: un frontis jaula,
…la Vaticanísima Nunciatura Apostólica,
…y la columna arruinada, que bien podría estar en la puerta cochera de nuestro Mirage Tower en Paitilla.
Cerca del parque de La Sabana tenemos un par de deliciosas incongruencias culinarias: un restaurante griego en un palazzo italiano y un restaurante mexicano en una pequeña Casa Blanca.
Y hablando de restaurantes, en Costa Rica se da también un estilo paralelo al Poladianismo que al igual que nuestro Cholonial es muy preferido por las clases pudientes y se inspira en las haciendas mexicanas y las misiones californianas para perderse en un derroche de tejitas y colores ocre: la arquitectura Rostipollos.
Pero, igual que hicimos con el Cholonial, mejor dejamos esta exploración para otra ocasión. El mapa de abajo documenta las ejemplos de Arquitectura Poladiana Costarricense que hemos localizado a la fecha. Igual que con nuestro Atlas de la Arquitectura Feoclásica Panameña, esperamos aumentar esta lista recibiendo los aportes de nuestros estimados lectores. ¡Pura vida!
UPDATE: Les recomendamos encarecidamente leer los comentarios a esta nota, para que no se pierdan el eruditísimo comentario del colega Andrés Fernández.
Le charme discret de la bougeoisie. Bueno : no tan «discret» – abiertamente pretencioso y snobbish.
La envidia te carcome por dentro.
ATISBANDO AL POLADIANO
(un aporte desde la historia de la arquitectura en Costa Rica)
Tengo el honor de contar entre mis maestros y mentores, gente del calibre del arquitecto y filósofo del arte Roberto Villalobos, o del historiador del arte Efraín Hernández, ambos agudos observadores y, como no podía ser menos, tratándose de ‘ticos’ -conste que no escribí costarricenses- irónicos hasta el ácido a veces. De ambos, también, heredé un par de términos para referirse, con fisga, a esas indefinidas arquitecturas que tantas veces empañan el panorama urbano de nuestra ciudad: del primero, el ‘colonial-tibetano’, sin-sentido que alude a lo que el diseñador y mutuo amigo Marco Mora llamó por su parte el ‘rostipollesco’; del segundo, lo que él llamaba el ‘dórico-manudo’, haciendo referencia, a su vez, a lo que el autor denomina aquí arquitectura ‘poladiana’… en un acierto -a mi juicio de especialista en la arquitectura de del país- sin par.
Me explico. Luego de la introducción de la arquitectura neo-clásica, a mediados del siglo XIX, al final del mismo, con acentos barrocos y, a veces, art-nouveau, apareció en Costa Rica el eclecticismo con su carga de libertad formal, mas siempre dentro de los estrictos cánones de orden y proporción impuestos por la tradición greco-romana. En ese sentido, elementos clásicos como frontones, cornisas, balaustradas y columnas de distintos órdenes, aparecieron en numerosas construcciones urbanas tanto públicas como privadas, cumpliendo desde funciones institucionales y comerciales hasta domésticas: el resultado, sobre todo en manos de profesionales de la talla de Jaime Carranza Aguilar (1877-1930) -formado en la Alemania del tardío romanticismo, bajo la influencia de Schinkel- fue un eclecticismo criollo de fuertes acentos neo-clásicos, gran relevancia estética, funcional y estructural, además de una elegancia y un señorío hasta entonces desconocidos en el austero medio urbano costarricense -recuérdese que ese perfil era heredero del período colonial español y su arquitectura de barro-, dominado por los varones del café, fueran costarricenses o extranjeros, europeos casi todos y todos sin duda enriqueciendo al país en lo económico y en lo cultural.
Otra arquitectura, empero, cultivó Carranza con igual acierto, pero en menor medida: el que en mis investigaciones he denominado neo-georgiano, por tratarse de una versión criolla del ‘georgian’ gringo, en el que tanta influencia tuvieran, por cierto, las rurales villas de Palladio. Por lo general pintado de blanco, contrario al ladrillo expuesto de su original, este era más contenido en su volumetría así como en la presencia de elementos clásicos, que se reducen casi siempre a algún frontón y a unas cuantas columnas en los porches frontales y poco más. Junto al anterior eclecticismo, puede decirse que ambas corrientes educaron el gusto de las clases acomodadas capitalinas desde 1900 hasta la muerte de Carranza, en 1930. Mas precisamente hacia ese año, fue que llegó al país la primera oleada de la arquitectura moderna en su doble vertiente del racional-funcionalismo y del funcionalismo-comercial, como suelo denominar al art-decó.
Pero si el carácter abstracto, las líneas rectas y los volúmenes puros del primero no lograron competir con las tejitas, los arquitos falsos y coquetos detalles en madera de la ideologizada arquitectura neo-colonial hispanoamericana -que venía imponiéndose desde la década de 1920-, los llamativos y simbólicos códigos del art-decó, en cambio, arrasaron en los edificios comerciales, en no pocos institucionales de todo el país y, por supuesto, entre los sectores de clase media, que lo adoptaron como su manera de ‘ser modernos’ en casi todo: desde sus casas, decoración y mobiliario, hasta la moda y los más cotidianos utensilios (véase Andrés Fernández, «Un país, tres arquitecturas. Art-nouveau, neo-colonial hispanoamericano y art-decó en Costa Rica, 1900-1950» (2003). Cartago, Costa Rica: Editorial Tecnológica).
Así, puede decirse, que el predominio de esas dos corrientes -el neo-colonial y el art-decó- durante las décadas de 1930 y 1940, hizo que muchos en la ciudad se olvidaran de lo neo-clásico en general y de lo georgiano en particular… máximo si se tiene en cuenta que con la llegada de la Segunda República, a partir de 1948, apareció también en Costa Rica el último avatar de la arquitectura moderna en el mundo: el llamado Estilo Internacional. Como el neo-clásico en la República Liberal, en la «república de segunda» -como me encanta llamarla- sería este ‘International Style’ el que daría forma con sus líneas rectas, sus volúmenes prismáticos, sus grandes paños vidriados y sus colores claros, tanto a la nueva y burocrática institucionalidad, como a la privada vida de las nuevas clases dominantes… las clases medias ayer subordinadas o, al menos, ajenas al poder en un sentido estricto, ahora profesionalizadas gracias a la Universidad (1940) y organizadas en su propio partido político, uno de bandera verde, blanco y verde.
Con ellas, se introdujo al país -aunque su impacto real fue en el Área Metropolitana y sus alrededores-, la idea entonces muy bien sonante de la «modernización»: la del Estado… y de la ciudad también. El resultado de dicho proceso en el perfil urbano, en cambio, fue la mayor destrucción de patrimonio construido que una ciudad ha sufrido, paradójicamente, sin sufrir una guerra ni catástrofe natural alguna. Mientras, de sus ruina crecía, extraordinario -esa es la palabra para quien como yo lo ha estudiado a la luz de los logros internacionales de esa arquitectura- el legado criollo del Estilo Internacional; cuya influencia se extendería de 1950 hasta 1977, cuando egresan los primeros estudiantes de la Escuela de Arquitectura de la UCR.
Sin embargo, en esa misma época -verdadera «Edad de Oro de la clase media costarricense», según los historiadores Iván Molina y Steven Palmer: «Historia de Costa Rica»-, no todo lo que brillaba era oro realmente, ni menos moderno ni urbano: con esas clases medias llegaron también, ya no los urbanos parientes pobres de los varones cafetaleros, sino -al principio sobre todo- algunos otros advenedizos, herederos de los gamonales del campo en derredor de la ciudad, de su productivo ‘hinterland’… los ‘polos’, como solía llamárseles entonces, enriquecidos por la «modernización» del campo mediante plaguicidas.
En buena parte tanto de una como de otra medianía, y mediante un mecanismo socio-psicológico que no podría explicar aún, empezó a surgir una vaga pero fuerte idea: frente a lo abstracto y urbano de la arquitectura moderna que llenaba barrios residenciales como Los Yoses en San José, la Granja en San Pedro y La Guaria en Moravia, una manera de legitimarse y distinguirse de aquellos que a veces y en voz baja los tachaban de pedrestres, sería la figurativa arquitectura de sus casas, una arquitectura que no recordaría ya sus orígenes rurales, pero tampoco copiaría los standares urbanos de quienes los antecederían siempre en aquel recién estrenado ‘american way of life’ a la tica… estaba naciendo la «arquitectura» poladiana.
Me es casi imposible dejar de pensar, por ahora al menos, que el momento de tal parto pudo ser cuando se re-estrenó en los Estados Unidos, no en balde, la extraordinaria película que fue y seguirá siendo «Lo que el viento se llevó», de David O. Selznick (1939), en noviembre de 1976. A diferencia de allá, en Costa Rica tal re-estreno no tuvo lugar en la televisión, sino en el cine, y no es casual que eso ocurriera -hasta donde recuerdo ahora- en una de las salas josefinas de moda a finales de los setenta de aquel siglo nuestro –digo, de quienes ya estamos viejos–, el único con pantalla para películas de 70 milímetros: el Gran Cine Universal. Eso, al menos, se puede hipotetizar como punto de partida para el estudio del fenómeno dicho.
A tal hipótesis podría agregar, incluso, la razón de que tal «arquitectura» no prosperara más de lo que lo hizo, pues sus ejemplos, si no son escasos, tampoco tienen la fuerza y extensión cuantitativa de su equivalente nuevo-rico actual, que es el ‘rostipollesco’ precisamente. Esa razón sería -recordémoslo siempre los buenos costarricenses-, el nefasto gobierno de Rodrigo Carazo Odio (1978-1982), que sumió al país entero en una crisis como desde los años de 1930 no conocíamos los pretendidos labriegos sencillos. Se me responderá que esa seudo-arquitectura aparece también entre «buenas familias»… a lo que yo respondería por adelantado: recuerden que el mal gusto es socialmente transversal, que como las pestes no respeta barreras sociales, menos en un país azotado por una crisis que pasó de ser económica a ser de valores… y que a juzgar por el perfil urbano que los años setenta y ochenta nos heredaron, abarcaba a los valores estéticos entre ellos. Al ‘rostipollesco’ por eso, me referiré luego, en otra ocasión.
Agregaré, nada más, que la diferencia poladiana entre la de los que podían pagar un arquitecto y los que no, era, precisamente, el arquitecto, como lo dejó literariamente descrito el escritor Samuel Rovinsky en su novela «Ceremonia de Casta»: “Frontispicio de templo griego, diseñado por un arquitecto que perdió la regla de oro en su petate de comerciante. Idea robada a una Historia del Arte editada en Barcelona”…
Por ahora, aquí les dejo este histórico atisbo, es decir, este vislumbre o conjetura… más solo para pasar a los errores del fotográfico autor, que a mi juicio son dos nada más, pero vale la pena por eso señalarlos.
Primero, cuando el cronista se desvía hacia Zapote y reseña entre los ejemplos el de una clínica de especialidades odontológicas, se equivoca: ese diseño no responde a lo que él mismo cataloga, sino a un fenómeno arquitectónico más reciente, como fue la aquí indigerida posmodernidad, indigestión de por sí de nuestra cultura occidental, en los países industrializados. De esos, aunque pocos, los ejemplos criollos son tan nefastos como pintorescos, aunque no ilustrativos del carácter de sectores sociales precisos.
Segundo, lo que él llama la «Vaticanísima Nunciatura Apostólica» es en realidad uno de los pocos ejemplos de una arquitectura neo-románica en San José, arquitectura que como el neo-gótico tuvo también buenos ejemplos, aunque escasos como anoté -la antigua cárcel de mujeres en Guadalupe es uno… y la casa del general Volio en Santa Ana era otro. Además, es de una época anterior a la que representa muy bien el ‘poladiano’ en cuestión, aparte de que es obra de uno de los grandes artífices de nuestra ciudad: el ingeniero italiano Gaston Bartorelli. Pero insisto, me encanta el neologismo: ‘poladiano’ = polo + palladio.
Estimado Andrés,
Eternamente agradecido por tu épico aporte al incipiente campo de los Estudios Poladianos. El trasfondo historiográfico que añades complementa excelentemente los frutos de mi muy somero safari fotográfico. Toca ponernos de acuerdo y organizar un Primer Congrès International d’Architecture Polladienne. También te felicito por tu nomenclatura: Rostipollesco es un nombre definitivamente más bonito.
Y gracias por señalar las dos piezas que no encajan en el conjunto. Viéndolas bien, la clínica evidentemente aspira al egipcíaco de Memphis Design, que la delata ochentera, aunque la nunciatura es como los mejores ejemplos de pastiche panameño: indistinguible de los esfuerzos historicistas más válidos del pasado.
Educativo y con humor, exelente Sensei! !!
Queridísimo Andrés, espero con ansias un ensayo sobre los «rostipollezco» en la arquitectura tica, ojalá con una parte dedicada a la «república de segunda». En Guatemala, el señor Francisco Pérez de Antón ya publicó un libro sobre la historia del pollo Campero. La colección Thatcher lo espera.
Saludos Darién: con ese título, el congreso tendrá que ser en París, donde los negros africanos se dieron cuenta que eran tales y los hispanoamericanos descubrieron el realismo mágico, la cultura maya y otras cosas interesantes que ahora dicen que son parte de su «identidad cultural»: ahí debutara, tan dignamente como los cuentos que Cortázar le copiara a Boris Vian y la «negritud» recién horneada, el Polladienne. Hasta entonces.
* * *
Juancito, como dijo el prócer chileno, General Augusto Pinochet: «No me majeís el poncho!» que ya llegará el momento del ‘rostipollezco’, basta que con que en otra visita Darién se mande también una serie de sus fotos sobre dicha arquitectura y con todo gusto la comentaré largo y tendido. Entonces la Colección Thatcher podrá publicarla… por ahora te adelanto que si el ‘neo-colonial hispanoamericano’ era un refrito de modelos coloniales mexicanos, peruanos y guatemaltecos cuando muy cercanos, precedió a la ‘república de segunda’, mientras que el ‘rostipollezco’ es un refrito de aquel refrito a su vez, pero que viene después de la Segunda República, precisamente como la arquitectura de la cleptocracia que hoy es nuestro régimen republicano.
Para empezar, se escribe Palladianismo
… y para terminar, si no tiene usted nada que aportar, mejor no gaste caracteres tratando de corregir a quienes si tratan de hacerlo. Y a jose fragua, que nada fragua en el crisol de su comentario como no sea su resentimiento social contra la erudición de la que carece, si no hizo fila frente al estanco durante el gobierno de Carazo para que le dieran una libra de arroz y un atún, mejor guarde silencio frente a una opinión vivencial sobre el período. Un poco de humor, señores, no le cae mal a nadie: traten de tenerlo y verán la diferencia.
Jaja, que buena tertulia, tan a lo «les luthiers» que no podìa faltar el remate del amigo de los cachos.
No es para mi ese campo de «arquitectoideus intelectualoideus». Leí el comentario por curiosidad, para ver donde diablos terminaría refiriéndose al anhelado estilo arquitectónico autóctono. Nada, como me lo imaginé, se trataba tan solo de alardeos con trasnochados academicismos. Como decir que «poladiano» derivado de «polo o pola» o de polada, poladiana es Polladianne, derivación del arquitecto Andrea Palladio. La eyaculus-eyaculorum es tal que, alcanza al gobierno de Carazo: el único gobierno con «Güevos». El que le dijera al FMI, «aquí mandamos nosotros, no ustedes». Habló: un polo.
ay Josito, qué poco sentido del humor!
Cual sería la arquitectura criolla que es académicamente rescatable, si es que tal cosa existe?, La pirámide de la plaza de la justicia?, la Facultad de Derecho de la UCR?, la CGR y su media pirámide? o lo es Avenida Escazú?
Lo encuentro 4 años tarde pero la polada continúa! Muchas gracias por el aporte compañeros panameños y espero hacer el tour del feoclásico cuando regrese a Panamá.
Un abrazo desde Costa Rica
A la orden siempre! acá lo esperamos, mae.
Antes de ser negocios o bufetes, estas casas fueron casas de habitación.
La primera foto del Escalante corresponde a una casa que tenía frente a la puerta un negrito en hierro forjado y pintado: el esclavo que sostenía las riendas a los caballistas. Espantosa alusión, pero que nos hacía asomarnos por la reja para verlo cuando éramos pequeños cada vez que pasábamos por enfrente.
Comentario lleno de envidia. El que puede puede y hace su casa A SU GUSTO y no al gusto de los envidiosos que no pueden. Salados.