Una reseña sobre una exhibición sobre arquitectos jóvenes de Panamá

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Caveat lector: el autor es no sólo un joven arquitecto de Panamá sino uno de los seleccionados para participar en la mencionada muestra. Y aunque esto puede poner en cuestión la objetividad de este texto, preferimos pensar que conocer el monstruo desde adentro nos da una perspectiva distinta a la que tendría un mero mortal. Finalmente esto es lo que hay, señores.

Cuenta la leyenda que hace veinte o treinta años el Arquitecto Panameño Francisco Javier Erroz curó una primera muestra de arquitectos jóvenes de Panamá, que supuestamente incluía el trabajo de Mallol y Wolfschoon, Cambefort y Boza, Óscar Azar, et cetera, y que indudablemente fue un evento determinante en la consolidación de esa generación de arquitectos, ahora bendecidos con fama y fortuna. Estamos seguros que esta nueva primera muestra, esta vez comisariada por el Arquitecto Español Juan Herreros, tendrá un papel igual de importante y también proyectará al estrellato a los dieciocho debutantes de este año. Cabe resaltar que por esas cosas del destino y la herencia, tenemos continuidad genética en esta camada: la lista incluye dos Malloles y un Wolfschoon (aunque ningún Cambefort ni Boza).

Empezamos remarcando que esta es una labor loable, y felicitamos a los organizadores por todo su trabajo (y por haber tenido el buen criterio de incluir el mío en la muestra). Bravo. Entre las muchas cosas que necesita Panamá está el hablar más de arquitectura y del medio construido. Está bien que haya congresos y que traigamos arquitectos famosos, pero si estos esfuerzos quedan en predicarle al coro (o a los monaguillos) nunca vamos a salir del hueco. Exhibiciones como esta son el tipo de proyecto de divulgación que le devuelve a nuestra profesión algo del prestigio que ha perdido, y ayuda a demostrarle al público general que la arquitectura es mucho más que andar sembrando barriadas o levantando más torres más altas de Latinoamérica.

Antes de discutir el contenido, hablemos del continente. Y nótese que esto lo estoy escribiendo de lo que me acuerdo de mi breve recorrido por la concurridísima y calurosísima inauguración, porque todos mis subsiguientes intentos de regresar se vieron frustrados porque la Casa Góngora siempre está cerrada (de ahí la foto de arriba, robada de Eventos Top Panamá).

Cada proyecto se exhibe en dos fotos grandes en cajas brillantes en acabado y en luminosidad, bordeadas en grises metálicos. Debajo de cada caja de luz cuelga una cuña metálica con la reseña del proyecto y un par de dibujos arquitectónicos, supeditados, relegados y recesivos en posición y tamaño a la supremacía de las fotos brillantes, que evidentemente son lo que uno tiene que mirar y recordar. Este es un montaje que hace venia a la supremacía de la imagen, que atrae y seduce y se mete por los ojos con el lenguaje de showroom de bienes raíces, y que hace que hasta mi contenedor rodeado de papayos se vea bonito.

Las cajas de luz flotan back-to-back y en fila el el centro de las salas coloniales de la Casa Góngora, en un contraste entre lo nuevo y lo antiguo que dejó de ser novedoso hace bastante tiempo. Complementan unos panapoofs y mesas de color blanco y formas ultra contemporáneas cuya principal función, además de sostener pocos libros y menos personas, parece ser rellenar espacio.

En la organización de los trabajos no se evidencia un mayor esfuerzo por tratar de exprimir algún orden de tanta diversidad arquitectónica, reuniendo proyectos similares, o enfrentándolos para limpiar el paladar. Lastimosamente, la curaduría se limita a un acto de selección y a un texto general que habla generalidades. El único comentario comisarial es un subliminal «esto merece exhibirse». El por qué —qué aspectos hacen interesante a cada proyecto, y por qué fueron elegidos— permanece envuelto en el misterio. Las decisiones del jurado son inapelables e inescrutables. Tampoco hay ninguna crítica de los proyectos seleccionados, así muy a la panameña, ni ningún esfuerzo por ligarlos o generar un hilo conductor que guíe al observador. Los textos que acompañan a las obras seleccionadas fueron producidos por cada arquitecto, por lo que tanto adjetivo raya en el onanismo. Y encima, muchas veces se nota que el verbo no es nuestro fuerte.

Perdimos así una excelente oportunidad de hacer crítica de arquitectura, de que empecemos a acostumbrarnos a ver nuestro trabajo evaluado en público por un experto, cosa prácticamente nunca vista en nuestras costas. Y estaba súper fácil: como somos unos pelaos seguro nos dejábamos. Estos callos no importaba pisarlos. ¿Qué íbamos a hacer, querellar al curador por calumnia e injuria? Entonces atrevámonos. Hagamos un esfuerzo para solucionar esto. Me disculpo ante todo, colegas. Por favor no me demanden.

La primera impresión del trabajo exhibido es un generalizado “yo también puedo”, un “aquí también podemos hacer esas cosas”. Se nota mucho mirar para afuera, lo que personalmente no tacho como un defecto sino como una característica común de todas las artes y manifestaciones culturales panameñas (y que no tiene nada de malo). Hay mucho supermodernismo, mucho render, mucho blanco. Y eso es lo que salta a la vista: esta es una exhibición blanca adonde abunda la prole de los Whites del New York de 1975. Zonzos de calor y noche pasan blancos, blancos, blancos. Edificio blanco, casa blanca, quiosco blanco.

Blancos son el fragmentado edificio de apartamentos de Forza Creativa, y blancos son los ejercicios de ambos hermanos Mallol Azcárraga: el también fragmentado edificio de apartamentos de Ximena y la serpenteante conferencia episcopal de Ignacio. Blancas son las casas muy Dwell de Salceda + Carballeda (que citan a Le Corbusier y aplican color como Peter Eisenman) y las de los hermanos Casís Arquitectos (que citan a Campo Baeza y utilizan “el blanco certero”).

Blanquísimos son el edificio corporativo de Ventura y Asociados, y el parque pabellón circular de Martiz Arquitectos —muy japonés, muy SANAA— y ni hablar del puesto de policía de Gabriela Kinkead y Francisco González Vilaplana, austero en volumetría y color, y con la inevitable piel perforada (¿paramétrica?) de tantas otras cajas blancas.

Pero el súmmum de esta joven blancura panameña es el trabajo de Sketch, que son tan white que casi se les puede tildar de white suprematists —su casa de playa es tan blanca que parece una embajada de la Nación Aria. Este proyecto va mucho más allá del liberarse de la estética country home que aqueja a toda nuestra costa Pacífica, abandonando y renengado de todos los símbolos y significantes de una casa. El resultado es una caja blanca perfecta y abstracta, preciosamente muda. Gracias a dios por los clientes sofisticados. Vamos a ver cuánto demora en quejarse un vecino, o si le terminan poniendo una balaustradita en la terraza.

Por otra parte tenemos los esfuerzos corporativos de BT Arquitectos y Fémur, ambos con edificios de oficinas que buscan superar la arquetípica caja de vidrio. ¿Será que ya podemos hablar de estas firmas más establecidas como el nuevo establishment? Y hablando de establishment, lamentamos sinceramente que Tapia Watson no haya presentado su Tribunal Electoral, sino su hotel en vía Argentina (que aunque es indudablemente mejor arquitectura, es un cuento muchísimo menos interesante).

Naturalmente hay un par de ejercicios de pequeñísima escala (porque ese es el tipo de trabajo que conseguimos los jóvenes arquitectos): el curvilíneo banco/mobiliario de Luz Michelle Lavayene y Liliana Viveros, muy paramétrico Rhino Grasshopper, y el igualmente curvilíneo, pero mucho más pragmático quiosco en Multiplaza de El Patio Arquitectos. Pero también hay trabajo de escala urbana, porque los jóvenes arquitectos somos ambiciosos e idealistas. Giro Urbano sabe cómo arreglar vía España con aceras, vegetación y sombra; los mismos objetivos tienen los follies de José Isturain, mitad árbol y mitad multifamiliar brutalista, y también mitad elemento escultórico y mitad agar para que germine nuestra exuberante biodiversidad.

Finalmente, tenemos los patitos feos: la terraza Araújo de Carlos Eduardo Rodríguez y mi Villa contenedor, que son desvergonzadamente modestos en sus objetivos y ejecución, y completamente carentes de ornamentación o articulación. Prefiero pensar que esta austeridad se entiende como pureza y no como pereza.

Y así se acaba este JAP! Muero por ver los trabajos que no dieron la talla. Señores, si les interesa organizar un Salon des Refusés, avísenme. Yo sé algo sobre diseño de exhibiciones, ya saben.

JAP! Está en Casa Góngora hasta el 14 de octubre.

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4 comentarios sobre “Una reseña sobre una exhibición sobre arquitectos jóvenes de Panamá

  1. DARIEN…hay gente que nos toma por tontos e ignorantes. Hay una propuesta que se exhibe en este recinto ,si no es igual se acerca mucho a la propuesta de ensanche o de adicion de la Bahia de Honk kong,en algun momento podre suministralo, No es justo con el Autor y desarrollador de la idea. Saludos

  2. Tal vez el que nos tome por tontos e ignorantes sea el propio Darién… Me parece un discurso un tanto demagógico y superficial que se queda únicamente en los visual y formal. La verdad es que esperaba mucho más de tus comentarios. Por cierto la lista de los proyectos presentados se hizo pública en su momento en la página web de JAP!

    1. No no no, si yo estoy encantado con el énfasis en lo visual que hace el montaje. La arquitectura está hecha para entrar por los ojos, y las fotos gigantes son un buenísimo modo de comunicarnos con el público. Si hay algo que ha lastimado el discurso arquitectónico es precisamente el palabrerío interminable de la alta teoría noventera.

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