Arquitectura de Panamá: 1976/2000—Teoría arquitectónica en Panamá

[Otro segmento más del Trabajo de graduación para optar por el título de Licenciado en Arquitectura que escribí hace doce años].

2. Teoría arquitectónica en Panamá

Es un hecho evidente que nadie parece hablar sobre la arquitectura panameña, ni siquiera en Panamá. Hasta hace muy pocos años la historia reciente de nuestra arquitectura era un verdadero punto ciego que resulta más inexplicable cuando se considera el interés actual por la arquitectura contemporánea en el resto del mundo. Si bien parecen estarse dando los primeros pasos para corregir esta situación desde el campo de la historiografía, el desolado campo de la teoría arquitectónica panameña permanece inexplorado.

Hablando sobre la arquitectura panameña en 1983, el arquitecto Erik Wolfschoon afirma que “la confrontación con el acto de «habitar» ocurre siempre desde una perspectiva pragmática, exenta de cualquier especulación teórica y libre de prejuicios ideológicos”; lo que, puesto de esa manera, no suena tan malo después de todo. Casi suena como si las especulaciones teóricas fueran las muletas que apuntalan a las arquitecturas tullidas, y estorbos que impiden el libre desarrollo de las sanas. Una arquitectura que no requiera de estos soportes externos sería, por lo tanto, una arquitectura sana y orgullosa. Pero en realidad este delirio de independencia, el ansia de estar fuera del alcance de la teoría, es parte de la rebeldía de la adolescencia. Y la práctica postmoderna de barrer con los paradigmas teóricos por el mero gusto de quitarlos de en medio no ayuda. Al cancelar la teoría se rompen los vínculos que, teóricamente, unen a toda obra arquitectónica con todas las demás. Así, cada obra se coloca en un vacío, un medio esterilizado que, contrario a lo que podría imaginarse, resulta generalmente desfavorable para la misma. Si cada obra de arquitectura tiene que ser juzgada por sí misma, las posibilidades de que los deslices del arquitecto queden a la vista se incrementan dramáticamente. Este papel de la teoría como excusa o justificación ha sido ignorado en gran parte por nuestros arquitectos, que no se han dado cuenta que el mejor chaleco antibalas es una buena capa de especulación teórica.

Posteriormente en el mismo ensayo se señala que, con muy contadas excepciones, “nuestros arquitectos muestran una curiosa indiferencia hacia la interrogación filosófica: ajenos, por un lado, a los arcanos experimentos de la vanguardia, a los «ismos», son, a su vez, víctimas potenciales de la costumbre o de banales juegos sintácticos.” Hay que recordar que para ese entonces el dilema de un arquitecto era el elegir si debía ser PoMo o Mo, pero en estos 17 años han habido algunos cambios. El distanciamiento que se menciona con respecto a los últimos gritos de la moda arquitectónica ha desaparecido en gran parte gracias a los avances en el campo de la comunicación. Es muy difícil para cualquier arquitecto (o estudiante de arquitectura) que se precie el desentenderse de las últimas proezas de los arquitectos del Star System, desde Times Square hasta Hong Kong. De hecho, parece que ahora lo que está de moda es estar al tanto de todos y cada uno de los arcanos experimentos de la vanguardia, y adornar cada afirmación con obscuras citas de Eisenman o Koolhaas. Por otra parte, la mayoría se encuentran atrapados en el hastío de su inventado repertorio expresivo, y los “banales juegos sintácticos” pululan a diestra y siniestra.

Muchas veces se ha dicho que los arquitectos nos comunicamos mejor cuando lo hacemos gráficamente. Pero también es cierto que la mejor forma de darnos cuenta de la validez de los credos que sustentan la obra de un arquitecto es el leer sus escritos. El arquitecto que escribe es, en la actualidad, rara avis en nuestro país. Más preocupante aún es el hecho de que nuestros arquitectos sean particularmente reacios a referirse a su obra en un tono más que meramente descriptivo. Si esto es evidencia de modestia, hermetismo o temor es igual de posible, y queda abierto a la especulación.

Este silencio de parte de los arquitectos podría no tener mayores consecuencias si existiera una crítica arquitectónica que rellenara ese vacío. En ese caso, la crítica juega un papel de “teoría colectiva” que funciona retroactivamente y le explica a los arquitectos indolentes qué es lo que han estado haciendo y por qué lo hacen. No hace falta decir que hasta ahora en Panamá no se ha establecido la crítica arquitectónica como una institución. Además de la premiación anual a las mejores obras de arquitectura realizada por la SPIA, la crítica arquitectónica panameña es, prácticamente, inexistente y se limita a la ocasional columna en la sección de opinión de La Prensa.

Panamá parece ser la tierra del arquitecto genial independiente que “hace su cosa” porque sí, porque quiere o porque se lo piden. Este culto a la individualidad, inculcado en todo estudiante desde los primeros años de universidad, produce (pero también es producto de) un gremio que no es tal, donde el contacto entre colegas (competencia potencial) se mantiene usualmente a niveles mínimos. A juzgar por la escasa asistencia de profesionales a congresos y eventos organizados por la SPIA y el IPAUR, la mayoría de los arquitectos panameños parecen desentenderse de la Arquitectura (con A mayúscula) tan pronto reciben su diploma. Este estancamiento produce arquitectos que se pasan su vida regodeándose en el genio de su creatividad.

Pero nada de ésto es razón para deprimirse. Este vacío puede indicarnos la vía correcta, aquellos sitios insuficientemente explorados en donde (casi) cualquiera puede hacer un aporte valioso. En cuanto al futuro de la Arquitectura panameña, nos espera el proverbial camino largo y difícil hacia la salvación, pero va a ser un viaje interesante, si no divertido. Sin embargo, el reconocer que se tiene un problema es un paso ineludible para solucionarlo, y mientras ésto no suceda, mientras los egos monolíticos sigan convencidos de su perfección, continuaremos flotando en la inopia.

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