Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar el humo de cigarrillo

Tal como anunciamos, anoche debuté mi act en Diablo Rosso participando en el conversatorio Cuentos de humo, organizado en celebración de la exhibición Zona de fumadores de Pilar Moreno. Éxito rotundo. En orden de aparición, Jonathan Harker habló de conspiraciones capitalistas para manipular feministas para que fumaran antorchas de libertad, Ana María Guardia contó cómo uno debe acompañar a quienes se ríen de sus chistes hasta cuando salen a la intemperie a fumar, Daniel Domínguez demostró que ver películas donde se fuma no automáticamente te convierte en un adicto, Darién Montañez echó el mismo cuento que Ana (¡separados al nacer!) pero con figuritas, Lilo Sánchez demostró que nadie tiene más experiencia de primera mano en fumar blancos que él, Paco Gómez Nadal habló de desenfrenos y desencantos entre vecinos, y Pilar Moreno cerró con broche de oro enseñándonos a leer el secreto lenguaje corporal de quien opera un cigarrillo. Aplausos y risas por doquier, abundante cerveza y vino, y bastante acera para salir a fumar de primera o de segunda mano.

Pero a lo que nos atañe: la batería de mi conferencia magistral Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar el humo de cigarrillo, batería que en el calor de la batalla se me olvidó sacar para consultar. Muy agradecido, Cervecería Nacional.


Panamá, noventas tardíos. Cuando uno llega a cierta edad ya puede hablar de “en mis tiempos”. Pues, en mis tiempos la gente fumaba adentro. Parrandear significaba nadar en humo de cigarrillo. Espero que todos se acuerden de El Livin’, que era un sitio ultra cool de gente ultra cool de donde uno salía no a fumar sino a tomar aire fresco. Ahí a eso de medianoche ya te empezaban a llorar los ojos y a las dos de la mañana ya no se aguantaba y te tenías que ir. Así terminaron todas mis visitas: hecho una Magdalena. Yo por supuesto que no fumaba, pero el alcohol me permitía tolerar a mis hermanos fumadores.


Pero al día siguiente era otra historia. Como un reflejo condicionado, empecé a asociar la ropa y el pelo hediondos a cigarrillo con el dolor de cabeza de la goma, y oler humo me revolvía el estómago. Y cuando sobrio me tocaba quedar cerca de otro sobrio fumando no sólo me daba náuseas, sino que me ponía de mal humor. Así empezó mi vida en el mundo de la misocapnia, que aunque es una palabra que parece no existir en español al menos aparenta existir en inglés.


Panamá, cero-ceros tempranos. me gano una beca. Me voy.


Como todo joven sofisticado y monotemático, aplico sólo en Nueva York.


Pero como la manta no da para tanto, como suele suceder con ese tipo de mantas, aterrizo en Georgia. Notable diferencia. En las interminables sesiones de adoctrinamiento antes de mandarnos a estudiar, Fulbright nos advirtió ampliamente sobre el shock cultural de mudarse a los Estados Unidos, pero a mí me tocó uno inverso: me mudo del tercer mundo al Imperio sólo para aterrizar en uno de sus sobacos.


Jamás había oído hablar de SCAD hasta que Fulbright me dijo que estaba aplicando ahí en nombre mío. Preguntando me enteré que bastantes panameños bien se habían graduado ahí, así que por ese lado empecé a resignarme.


Savannah está en Georgia, en el sur, bien adentro del bible belt, y SCAD trata constantemente de librarse de todas las connotaciones de provincialismo que su situación geográfica implica dándose aires cosmopolitanos. Y funciona bastante, porque en Savannah hay buco turista gringo y extranjero, pero uno sólo tiene que ir un par de kilómetros tierra adentro y está en territorio Deliverance.


Uno de los argumentos cosmopolitas de SCAD es su activa comunidad de estudiantes internacionales: una de las joyas de su corona y que anuncian orgullosamente en todos sus materiales promocionales. La comunidad internacional del 2003 era 50% taiwanesa, 30% india, y 20% none of the above.


El mismo primer día de orientation conocí a mis dos colegas Fulbright: un par de alemanas que igual que yo estaban haciendo maestrías en arquitectura y que igual que yo estaban asqueadas de haber caído en SCAD. Bonding inmediato e inevitable.


Tanja, de alemania del norte. Porque pronto aprendí que hay tal cosa como una Alemania del Norte y una Alemania del Sur, que son mucho más distintas que las Alemanias Oriental y Occidental. Tanja era una fula grandota y ácida.


Clarissa, de Alemania del Sur, era una pelirroja bajita y más ácida todavía.


Como era de esperarse con gente así de cool y así de amargada, fumaban, y fumaban bastante.


Y como era de esperarse en una universidad así de mojigata, en los talleres de SCAD no se podía fumar, así que en cada receso entre clases toda la gente cool salía a parquear en las escaleras de Eichberg Hall, nuestra facultad de arquitectura. Y yo, como todo nerd rebelde, me rehusaba a quedarme adentro con los bienportados.


Así nos pasamos tres cuatrimestres, que es como aparentemente se mide el tiempo en el Sur, burlándonos y quejándonos de lo malos que eran nuestros compañeros y nuestros profesores y nuestro plan de estudios y nuestro decano y nuestra universidad. Y yo aprendiendo todo el alemán que alguien puede necesitar: ach y ja, ja. Y todo esto flotando en una nube de nicotina. Terapia para hacer las paces con el cigarrillo y superar mi misocapnia. ¿Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar el humo de cigarrillo? Por simple presión de grupo.


Y volviéndome un fumador pasivo, de los que de verdad viven peligrosamente y adquieren enfermedades horribles. Porque eso de fumar de primera mano es para cobardes y principiantes


Epílogo. Parece que cada vez que le digo a alguien que viví en Savannah me preguntan que qué me pareció. Me lo han preguntado lo suficiente para poder practicar una respuesta automática, respuesta automática de esas con que uno lidia con tener un nombre como Darién. Respondo que ahora que no estoy ahí, supongo que no estuvo tan mal. Y esa es mi manera sarcástica de decir que cada tres o cuatro meses tengo un sueño en que regreso de visita a SCAD en un trip todo nostálgico y que me despierto con una sonrisa de oreja a oreja. No le digan a nadie, bitte schön.

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3 comentarios sobre “Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar el humo de cigarrillo

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